domingo, 5 de febrero de 2012

TAIZÉ Y LOS NIÑOS. © Ana Zabala



 ©  Javier Cerezuela
Taizé es el nombre de una comunidad monástica ecuménica, situada en un pueblo de la Borgoña francesa, del que tomó su nombre. Esta comunidad fue fundada por Roger S tras la segunda guerra mundial, como lugar de reconciliación por excelencia. Desde sus comienzos – con apenas cinco hermanos – Taizé fue visitado frecuentemente, encontrando los visitantes siempre un lugar de acogida y oración.
Los niños siempre han estado muy presentes en la comunidad. En sus comienzos, la pequeña comunidad, ayudada por una hermana de sangre del hermano Roger, adoptó veinticinco niños huérfanos de la guerra y los crió como a sus propios hijos. Años más tarde, en una visita a la India, la beata madre Teresa de Calcuta, pidió al hermano Roger que se llevara a Taizé a una niña recién nacida que estaba muy enferma, con la intuición de que allí salvaría su vida. Y así fue. El hermano Roger fue su padrino y cuidó de ella hasta que se hizo mayor.
Así pues, los niños siempre han estado presentes de una manera muy especial en Taizé. A partir de 1974, año en que se celebró el Concilio de jóvenes, gente de toda Europa – y más tarde de todos los continentes – comenzaron a acudir a la colina de Taizé a encuentros de una semana. Y actualmente continúa del mismo modo. Allí podemos encontrar personas de todas la edades. Hay muchos jóvenes de quince a treinta años, pero también adultos y cada vez más familias pasan allí una semana con sus niños, algunos de ellos de muy corta edad.
La vida en Taizé gira en torno a tres oraciones diarias. y durante el día hay distintas actividades , en las que también incluyen a los niños. Por la mañana, un hermano de la comunidad ofrece por grupos lo que ellos llaman una “introducción bíblica”, en la que se trata de profundizar en algún texto de las Escrituras. También hay una introducción bíblica para los niños. La comunidad hace un gran esfuerzo para transmitir la fe y el amor de Dios a los niños a través de las distintas historias de la Biblia, utilizando medios adecuados para ellos: desde teatro, pasando por la música, y , por supuesto, juegos.

 © Javier Cerezuela

Jóvenes que están pasando una semana en la comunidad, eligen el trabajo de estar con los niños de las familias durante una parte del día. De este modo, los padres también pueden compartir entre ellos su búsqueda y experiencia de fe.

En cuanto a la oración, es una oración para todas las generaciones. Es muy bonito vivir esto cuando en muchos sitios encontramos oraciones para jóvenes, oraciones para mayores, para matrimonios...
Creo que una oración que pueda acoger a personas de todas las edades es algo precioso. Tal vez creamos que un niño no puede “aguantar” media hora en la iglesia, pero os invito a que os dejéis sorprender de la capacidad contemplativa de un niño. Creo que es mayor que la de un adulto. Los cantos en la oración de Taizé son sencillos, de gran belleza y a los niños les encanta. Por estas características, y su carácter repetitivo, a veces funcionan como una “nana” y muchos niños se duermen. ¿No sería bueno para nuestra alma dormirnos cada noche rezando. Los expertos dicen que los últimos pensamientos antes de dormir tienen un gran efecto en el cerebro, y, por lo tanto en nuestra vida. El hermano Roger decía que las palabras no lo son todo en la oración y que podemos rezar con nuestro cuerpo, incluso durmiendo.
A Roger , durante la oración, siempre le gustaba estar rodeado de niños. Y cuando hablaba cogía de la mano a algunos. Él decía que se sentía más seguro y con más confianza. Ahora, el nuevo prior de la comunidad continúa haciéndolo. Ya forma parte de la oración en Taizé.
Creo que los niños captan la fe, de modo inconsciente, mejor que los adultos, pero tanto padres como educadores debemos acercarles, de algún modo, al mundo espiritual, de tal manera que ellos vayan haciendo conscientes, según van creciendo, esa fe y ese amor y esa esperanza que Dios nos ofrece a todos.
Me encanta ver a los niños en la oración que cada viernes preparamos en la Parroquia del Corazón de Maria en Madrid. Cada vez que hay algún niño, se me ilumina la mirada. Ellos contagian su actitud de confianza y alegría a todos.
En nuestros retiros de cada mes, vivimos una pequeña experiencia que podríamos llamar “un día en Taizé”. Tenemos tres oraciones, una introducción bíblica, tiempo de silencio y tiempo para compartir. Desde hace un año, se han incorporado varias familias con sus niños. Hemos querido que éstos también participen de un modo activo en la experiencia, y no sólo pasen un día de juego -¡ aunque también!

En el momento de la introducción bíblica, una persona se encarga de que ellos tengan la suya. Preparamos una catequesis para ellos acerca del texto bíblico en torno al que gira el retiro de ese mes. Y algo muy importante es su participación en las oraciones. Los niños participan de varias maneras: leyendo algunas palabras sencillas: las peticiones, alguna oración corta... Y sobre todo, participan con gestos, gestos que han preparado previamente en el tiempo en que los adultos han estado meditando en silencio personal.

Utilizamos a menudo elementos de la naturaleza, ya que los retiros los hacemos en un entorno natural. También solemos hacer actividades que a los niños les motiva: dibujar, colorear... según la edad de los niños.
Y una manera de participar – que les encanta – es encargarse de la iglesia o la capilla. Les gusta mucho colocar todo para cuando comience la oración, repartir los cancioneros y las hojas de la oración mientras la gente va entrando y, por supuesto ¡apagar las velas para insinuar que la oración se ha terminado!
Se trata, en definitiva, que los niños se sientan, y sean, protagonistas como los demás y no, como a veces sucede, casi un “estorbo” para que los padres recen.
Me gustaría acabar con algunos textos del hermano Roger en los que hace referencia a los niños, y en los que se puede observar lo importante que eran para él.

“¡Los niños aportan una felicidad tan grande a nuestras vidas! ¿Quién alcanzará a decir suficientemente lo que algunos de ellos pueden transmitir… llegando incluso a ser un reflejo de la invisible comunión? “

“ A mi lado, una niña de nueve años tiene los ojos humedecidos de pena. Se tiene que marchar hoy. Le gusta estar presente en la oración tres veces al día. Atraviesa en su vida la prueba de los abandonos humanos, ese traumatismo de nuestro tiempo. Le escribo esto: “No olvides nunca que Dios te ha amado primero. Él tiene ¡tanta confianza en ti!” Quizá su abuela le explique estas palabras, adaptándolas a su edad. O quizá comprenda por sí misma de forma prematura. ¡Es tanta la madurez que se abre paso en ella!

“¿Quién sabrá despertar a un niño o aun joven el misterio de la confianza en Dios? Una intuición, presentida en la infancia o en la juventud aunque se olvide más tarde, puede aparecer a lo largo de la vida”

“Habla con la sencillez del corazón de un niño. ¿Acaso eres tan distinto de aquél niño al que tu hermana mayor enseñaba a leer y a escribir?”

“ Se puede preparar un rincón, por pequeño que sea, para la oración, con un
icono iluminado por la luz de una vela… ¡Feliz el niño que, gracias a quienes
le eran cercanos, se hizo sensible a una comunión con Dios! Para transmitir
a un niño tal confianza, no son necesarias muchas palabras. Si, por la
noche, podemos poner nuestra mano sobre su frente y decirle: Dios es amor; o
incluso: La paz de Cristo…”

(Foto: © Javier Cerezuela)